Hablar mi idioma

Hablar mi idioma

Cómo los estudiantes hispanohablantes perciben y usan el idioma ante la discriminación lingüística

Escrito por Andrea Dawn Clark
Traducido por Melanie Chiluisa

Five Hispanic John Jay Students crossing the street

Hablar en español o en otra lengua que no sea el inglés puede ser complicado en los Estados Unidos. “El mensaje que muchos de mis estudiantes reciben es que el inglés es la lengua que necesitan hablar para tener éxito y que el español es menos prestigioso”, dice María Julia Rossi, profesora del Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas. Según Rossi, esta desvalorización subliminal del español ocurre en varios niveles y por muchas razones, desde los padres que no quieren añadir una “carga” a sus hijos con una lengua que no sea el inglés, hasta las reacciones negativas que reciben por hablar español en público. “Cuando estaba estudiando para obtener mi doctorado en Pensilvania, me pasaba lo mismo. Estaba en la fila para pagar en un supermercado, hablando con mi hermana en español, y podía oír a la gente detrás de nosotras diciendo, ‘¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no regresan a su país?”, cuenta Rossi. “Yo era estudiante de doctorado. Sabía que la gente que estaba diciendo esas cosas no había tenido las mismas oportunidades educativas. Podía comprenderlo”. Pero ¿qué pasa con un joven hispanohablante cuando escucha algo así? ¿Qué sucede con su sentido de identidad? ¿Cómo interioriza esa discriminación lingüística?

“¡Habla inglés!”
Ya como profesora en John Jay, Rossi vio algo perturbador en los medios de comunicación. “En el centro de Manhattan, un abogado insultó a unas personas que hablaban español en una tienda de comida”, refiere Rossi. “Me preocupó el impacto que esto podía tener en los estudiantes, haciéndoles pensar que no era seguro hablar español en lugares públicos”. Pero al hablar de este incidente con sus estudiantes, descubrió que ya habían tenido experiencias similares. Una de sus estudiantes, Silvia Perez, ‘21, tuvo que defender su derecho a hablar en español en su lugar de trabajo. “Yo trabajaba en un programa extraescolar y la mayoría de los trabajadores hablaban español”, recuerda Perez. “Una de nuestras supervisoras se sentía incómoda cuando hablábamos en español y puso un letrero diciendo que solo estaba permitido hablar en inglés”. Una de sus compañeras se puso a investigar y se dio cuenta de que lo que
estaba haciendo su supervisora era ilegal. Imprimieron los datos, se los presentaron a la supervisora y colectivamente le dijeron que no iban a tolerar una regla ilegal sobre el uso de la lengua. “Ese papel fue nuestra garantía contra alguien que nos estaba diciendo que no podíamos ser quienes somos”. En algunos casos, el mandato “habla inglés” puede venir de fuentes sorprendentes: puede ser una persona latinx, una figura de autoridad respetada o hasta un inmigrante, como descubrió Jessie Cruz, ’21, en una lavandería con su mamá. Mientras quitaban la ropa de la lavadora, la mamá de Cruz le hizo una consulta al señor detrás del mostrador usando una mezcla de español, gestos y el poco inglés que sabía. “La lavandería pertenecía a una familia asiática y el abuelo operaba el turno nocturno”, describe Cruz. “Mi mamá no sabe hablar mucho inglés, pero hizo un esfuerzo”. El señor le gritó, diciéndole que estaba en los Estados Unidos y que debía hablar en inglés. “Esto fue muy extraño para mí. Él apenas podía hablar en inglés. Pero mi mamá lo dej a un lado. Como persona hispana que no habla inglés, tiene muchos encuentros con gente cerrada”.

El precio que se paga
“Habla inglés” es un mandato que ha impactado a muchos estudiantes de John Jay en cómo ellos se ven a sí mismos, cómo ven su lengua y su identidad. “Yo hablo en español con mi familia porque mis padres son de la República Dominicana y mi mamá no habla inglés”, afirma Orquidea Quezada, ‘19. “Pero fuera de mi familia, si hablo en español siento que me ven diferente. Prefiero no hablar en español cuando salgo”. Es esta segregación lingüística lo que preocupa a la profesora Rossi. En clase, explica a sus estudiantes a diario que hay una gran comunidad de hispanohablantes en el mundo académico y que el español es una lengua que ellos pueden y deben usar para intercambiar ideas académicas y profesionales. “Cuando estos estudiantes empiezan a tomar clases en español, no es tanto para mejorar sus habilidades”, dice Rossi, “sino para expandir los registros de la lengua que manejan y reajustar el significado que tiene para ellos el uso del español”. Rossi cree que parte del problema es cómo los hispanohablantes son representados en los Estados Unidos. “Pensemos en qué hacen los latinos y latinas cuando los vemos en las películas o en la televisión. Son sirvientes, por ejemplo, como en la película Maid in Manhattan y en la serie Devious Maids. No son personajes influyentes”, dice Rossi. “Poco a poco esto está cambiando, pero necesitamos ver más hispanohablantes en roles prestigiosos. De lo contrario no vamos a cambiar esta imagen”. Esta percepción necesita cambiar incluso dentro de la población hispanohablante, donde se debe animar a otros a que honren la lengua, en lugar de castigar los errores y relegar su uso. Como inmigrante de Ecuador que llegó aquí a los cinco años, Paula-Camila Caceres, ‘20, rápidamente aprendió el inglés y olvidó la mayoría de sus habilidades en español. Desde su llegada a John Jay ha dado grandes pasos para reclamar su herencia hispana, pero todavía lucha por sentirse segura a causa de las percepciones externas. “Mucha gente quiere que sometas esa parte de tu identidad y que la olvides,” afirma. “Mis abuelos dicen que hablo el peor español en la casa. Ellos no quieren que hable en español porque creen que no está a la altura de donde debe de estar”.

(left to right) Andy Sarabia, Orquidea Quezada, Silvia Perez, Professor María Julia Rossi, Paula-Camila Caceres, and Jessie Cruz
(left to right) Andy Sarabia, Orquidea Quezada, Silvia Perez, Professor María Julia Rossi, Paula-Camila Caceres, and Jessie Cruz

Esperanzas para el futuro
Todos los estudiantes de la profesora Rossi quedaron perplejos cuando se les propuso la pregunta: “¿Qué les gustaría que pasara en el futuro para ayudar a los hispanohablantes en los Estados Unidos?”. Caceres respondió: “Eso es difícil porque nunca nos habían hecho esa pregunta”. Tras pensarlo un poco, Cruz explicó que simplemente intentarlo y educarte a ti mismo hace una gran diferencia. Como ejemplo, nos cuenta que su colega en la peluquería de caballeros donde trabaja es ruso. Se sorprendieron él y su clientela al saber que este peluquero
nacido en Rusia se estuviera esforzando para aprender y hablar en español. “Cuando llega, dice ‘buenos días’ en español. No tiene muchos clientes hispanohablantes porque no parece hispano, pero cuando recibe a alguien que habla español, trata de mantener una conversación en la lengua”, agrega Cruz. “Lo respeto mucho por su esfuerzo”. Andy Sarabia, ‘21, está de acuerdo y lleva la idea más lejos. Propone que una acción clave es inculcar la apertura en las próximas generaciones: “Si lo piensan, en este país hay discriminación y segregación desde sus orígenes”, dice Sarabia. “Tenemos que enseñarles a los niños que no deben rebajar a alguien por la lengua que hablan, por su color de piel ni por su religión. No podemos cambiar el mundo en un día, pero podemos empezar haciendo un cambio en los niños”.